Adriana Torroella: «Aquí tenemos racismo visible hacia la población musulmana, gitana y negra»

Adriana Torroella: «Aquí tenemos racismo visible hacia la población musulmana, gitana y negra»

Por Victoria Hita Hidalgo

Adriana Torroella, educadora social y formadora antiracista, ha enfocado una trayectoria laboral clara gracias a sus orígenes y su experiencia vital. Es afrocatalana, nacida en Madagascar y residente en Badalona, donde tiene lugar esta entrevista, en la que habla de lo que más conoce: los racismos visibles y aquellos que no lo son tanto.

En la escuela pública donde cursó Primaria, Adriana Torroella se sentía diferente al resto de compañeros y compañeras. “Lo asociaba al hecho de ser adoptada, no tanto a mi color de piel. Era diferente, pero no tenía dificultades. Los problemas empezaron cuando pasé a estudiar Secundaria; allí viví la diferencia racial claramente, porque en un centro religioso se ve con paternalismo y beneficiencia”. En las clases de primero y segundo de la ESO había dos niñas que se llamaban igual: Adriana y Adriana negra, que era ella. De cara al profesorado parecía tener un comportamiento ejemplar, pero llegó un momento que no podía más con algunos compañeros. En tercero de la ESO respondió a los insultos y llamaron a la madre. El conflicto era evidente. Cursó Bachillerato en un centro público. Más tarde, en la Universidad, descubrió “un espacio de oportunidades”, porque encontró a personas que habían vivido situaciones parecidas. “Conocí el fenómeno más allá de lo que me pasaba a mí y de toda esta experiencia surgió el trabajo de final de Grado: el racismo en personas negras en centros educativos, en la etapa de Secundaria”.

Tras los estudios de Educación Social en la Universidad de Barcelona, se matriculó en un posgrado de Creación de proyectos sociales y gestión de ONGs. Trabajó en diferentes entidades relacionadas con la protección a la infancia y la juventud, como la cooperativa ISOM y la Fundación Germina. Paralelamente, empezó a gestar Fahafahana, que en malgache (la lengua de Madagascar, que también es el gentilicio) quiere decir “libertad”. Es autora, también, de la guía docente antirracista Mainty (2020), ha colaborado en la guía Interculturalidad Crítica y Antirracismo (RedEC, 2023) y también en los libros Llavors. Som la regeneració i Migrants (Savanna Books, 2021 i 2024, respectivamente). El año pasado compareció ante el Grupo de trabajo sobre Asedio escolar, del Parlament de Catalunya. Ahora tiene 25 años y ofrece, desde Fahafahana, servicios educativos antirracistas: talleres, formaciones, ponencias, asesorías y creación de materiales para la comunidad educativa.

¿Has vuelto a Madagascar?
Llegué aquí cuando solo tenía un año y medio. Después, sí, he vuelto dos veces: en 2014, cuando era adolescente y este verano pasado. La primera vez fui como voluntaria, con mi madre, para participar en un proyecto de solidaridad; el último viaje ha sido de vacaciones, también con mi madre, para conocer la isla, que es preciosa.

¿Cuántas veces te has sentido discriminada por el color de piel?
Más que el número de ocasiones, tengo muy claro los lugares. En la ESO, por los insultos. En el transporte público, cuando de los 18 a los 22 años, me pedían el billete para comprobar si era real o falso; o cuando las personas que tenía a mi lado se agarraban el bolso más fuerte. En entrevistas de trabajo, me han preguntado cómo solucionaría un conflicto por motivos racistas. ¿Eso también se le pregunta a una persona blanca?

¿Y cómo respondes? ¿Has denunciado alguna vez situaciones racistas?
No he denunciado este tipo de racismos porque, en general, existe desconfianza hacia los Mossos. Si voy por la calle con mis amigas y la policía me pide la documentación porque, a lo mejor, están buscando a alguien que solo se parece a mí por el color de la piel, ¿cómo voy a presentar una denuncia a los Mossos? Lo que últimamente hago es grabar con el móvil las situaciones que me ocurren en el transporte público para tener evidencias si en algún momento las necesito. O si veo que alguien a mi lado se agarra el bolso con más fuerza, yo hago lo mismo. Y en el ámbito laboral respondo con evidencias. ¿Está dentro de mis funciones resolver todos los conflictos de familias negras? Es como si resolver todos los conflictos entre niñas solo lo pudieran hacer educadoras mujeres. En lugar de emitir un discurso pedagógico, con mi respuesta verbal expreso que lo que me plantean es incoherente.

 

 

¿Los centros educativos están abiertos a hablar de racismo?
Hace dos años iba a hacer una charla solo al grupo donde había estallado un conflicto, a 1º A, por ejemplo, y en el resto de grupos no entraba porque ya tenían programadas las actividades desde principios de curso o por falta de presupuesto. Gracias a una línea de ayudas del Ministerio de Derechos Sociales, Consumo y Agenda 2030, y de la mediación de la asociación Yamuna, que trabaja para proteger a la infancia de Madagascar y la India, he hecho más talleres y para las escuelas e institutos han sido gratuitos.

¿Qué respuesta observas en las formaciones con adolescentes?
En un entorno mayoritariamente blanco y de clase alta, en las aulas se mantiene un discurso políticamente correcto, pero no hay diversidad racial, cultural o de orígenes. En cambio, en barrios más empobrecidos y con más diversidad, quizás el discurso no es tan elaborado, pero se nota que el alumnado vive el racismo en su día a día. Las formaciones, en general, son bien aceptadas porque en los institutos se suelen impartir talleres de género, drogas, sexualidad y pantallas. Hablar de racismo es novedad y les gusta.

¿Y entre las personas adultas?
Ahora justamente priorizo la formación de profesorado, de personal técnico y profesionales de los departamentos de Educación y Juventud, porque creo que tiene un impacto social mayor que un taller de una hora en una clase.

¿Catalunya está mejor o peor que otras comunidades en la lucha contra el racismo?
Aquí tenemos racismo visible hacia la población musulmana, gitana y negra. Por un lado, es más complejo porque hay más diversidad racial, cultural y de orígenes comparado con otras comunidades menos metropolitanas. Pero, a la vez, Cataluña y Madrid probablemente cuentan con más recursos dedicados a estos temas porque el Tercer Sector está más fuerte.

A menudo se habla de la necesidad de apostar por educar en valores antirracistas a la infancia y la juventud, como si el resto de sectores no tuviesen una responsabilidad en lograr una sociedad más respetuosa e igualitaria. ¿Qué más se puede hacer?
Estos días he asistido al Foro Global de la Unesco contra el Racismo, que se ha celebrado en Barcelona, con la participación de 72 países. Una representante de la Banca manifestaba si se trataba igual a una persona blanca y a una negra a la hora de abrir una cuente corriente. Desde otro sector se planteaba si el protocolo de radicalización religiosa se aplica igual a todo el mundo. Un ejemplo más: para inscribirse en el programa «Volem acollir» (queremos acoger) se pedía el DNI. ¡A nadie se le ocurrió solicitar el NIE o el pasaporte en un proyecto así!, como si las personas de origen extranjero no pudieran acoger a jóvenes. En el fondo, no se trata de hacer más, sino de ampliar la mirada y ver que hay otro tipo de personas, además de las blancas y españolas. Más que hacer cosas nuevas es necesario ser más conscientes en todos los ámbitos y revisar lo que se está haciendo para incluir a todo el mundo con los mismos derechos.

Más información: www.edufahafahana.com