Por Sonia Potoy y J. Palomés.
Loubna Amiar forma parte del Colectivo Micaela. Llegó a Mataró hace cinco años procedente de Tánger con su familia y, actualmente, es una miembro bastante activa de la asociación.
Según el Idescat, hay aproximadamente 25.000 mujeres extranjeras residiendo en la comarca del Maresme, muchas de las cuales se dedican a los trabajos del hogar y los cuidados. El Colectivo Micaela nace en esta comarca y está conformado por más de cien mujeres migrantes trabajadoras del hogar y los cuidados. Su objetivo es acompañar, apoyar, asesorar y, como se explica en su folleto de presentación, «ser protagonistas de nuestras propias luchas como mujeres migradas y trabajadoras».
El informe Esenciales y sin derechos, elaborado por Intermón-Oxfam, denuncia la situación en la que se encuentran 550.000 trabajadoras del hogar y de los cuidados en España: el 32,5% vive bajo el umbral de la pobreza y casi el 40% se mueve en esto que se llama economía sumergida; un colectivo, pues, bastante castigado por la precariedad, la pobreza, la xenofobia y la discriminación.
¿Cuáles son las principales tareas que desarrolla en el Colectivo Micaela?
Para empezar, nuestro principal objetivo es dignificar y visibilizar este trabajo. Hablamos de trabajadoras muy vulnerables, oprimidas por las condiciones laborales e ignoradas por la administración. Una tarea muy importante que realizamos en el Col·lectiu Micaela es luchar contra la desinformación. La información por estas mujeres es vital. Hacerles entender que tienen unos derechos que no pueden ser pisados y que no deben conformarse con la precariedad laboral que deben aguantar.
Háblanos de estas condiciones de precariedad…
Pues que casi el 40% de las mujeres que trabajan en este sector lo hacen sin un contrato laboral, lo que ha aumentado desde la pandemia. Se despidieron muchas compañeras con la pandemia y después fueron contratadas de nuevo en negro. Hay muchos casos como este… Trabajar en estas condiciones significa no cotizar a la Seguridad Social, no poder ponerse enferma porque no puedes tomar la baja o no tener unas vacaciones pagadas, por ejemplo. En el caso de las mujeres migradas internas en situación irregular hay mucho abuso, porque a menudo deben aceptar las condiciones que te imponen: jornadas laborales de 14 y 15 horas, sábados y domingos por 400, 500 o 600 euros.
Pero hay normativas, una…
Sí lo hay. De hecho, en teoría, a partir de este año todos los empleadores que tengan o contraten a una trabajadora del hogar deben darla de alta obligatoriamente a la Seguridad Social. Pero esto no se cumple, como a menudo no se cumplen otras normativas y derechos que tenemos. Así es.
Pongamos por caso la ley de extranjería, una ley que nos afecta de lleno. Esta ley invisibiliza los derechos de las mujeres trabajadoras migradas durante tres años, que es el tiempo necesario antes de obtener un permiso de trabajo. En estos tres años lo que te dicen es: ¡búscate la vida! Esto significa que muchas trabajadoras aceptan cualquier cosa, cualquier condición de trabajo. En el caso de las trabajadoras internas, nueve de cada diez son extranjeras.
En estos casos, pues, ¿que recomiendan a estas trabajadoras?
Poco podemos hacer. Simplemente, no se aplican las normativas existentes y, por otra parte, no existen inspecciones de trabajo dentro de los domicilios. Debería involucrarse el Estado, la Generalitat, la sociedad en general, para cubrir las necesidades del sistema de cuidados, para que así no haya familias que, por cuestiones económicas, contraten a mujeres migradas en situación irregular por 500 euros las veinte e-cuatro horas del día, todos los días. Con una adecuada Ley de Dependencia no sucedería esto, porque estas familias estarían cubiertas por la Ley y podrían pagar como es debido a la trabajadora.
Hablabas de invisibilidad. ¿Cómo la que puede existir en el caso de malos tratos, por ejemplo, no?
En algunas ocasiones debemos sufrir vejaciones e insultos y en otras muchas, simplemente, el desprecio. Lo notamos. Todas las compañeras rechazan el pensamiento de ser consideradas esclavas, por supuesto, pero siempre existe la necesidad. Se necesitan los céntimos, debe pagarse el alquiler. ¿Cómo pagaremos el alquiler si no hay ingresos? Por eso, muchas compañeras no quieren denunciar y callan aunque tengan toda la razón.
Hay una compañera que trabajaba en Reus que no querían pagarle el mes y fue a denunciarlo a los mossos d’esquadra. Aquella denuncia no fue a ninguna parte. La familia era bastante conocida en Reus y la denuncia fue a la papelera. A menudo se entrecruzan el racismo y el clasismo.
Además, existen formas de vejaciones que no se les da importancia, pero son muy humillantes. Hay una compañera que cuidaba de un señor mayor que no paraba de hacerle comentarios groseros y si encontraba la ocasión, la tocaba. Cuando se quejó a su hija, ésta le contestó: «¡No le hagas caso, mujer! ¿No ves que es mayor?».
Y en tu caso, ¿has sufrido situaciones de este tipo?
No he sufrido malos tratos ni insultos, la verdad. Pero hay una forma de tratar que a mí me molesta mucho, que es el desprecio, la indiferencia, la superioridad. Y eso sí que lo he sufrido en una casa que estuve. La señora me trataba como si yo fuera una ignorante, que venía de pastar cabras en las montañas. Me salió un mejor trabajo y el último día, con mucha educación, le enseñé los certificados de mis estudios de Derecho en Tánger y los de profesora de francés. Sólo quería que supiera que yo no era ningún analfabeta. Me ganaba la vida en Tánger de profesora de francés, pero he emigrado porque quiero un futuro mejor para mis hijos. Como todas las personas que emigran.