Por Clara Esparza.
Norma Falconi nació en Ecuador (Guayaquil), pero emigró a Catalunya a finales de los años 90. Desde ese momento, se convirtió en una de las referentes de la lucha por los derechos de los y las migrantes y en contra de la Ley de Extranjería, tanto en Cataluña como en el conjunto del Estado español. Lideró las movilizaciones y cierres en parroquias e iglesias de la ciudad de Barcelona con el objetivo de mejorar las condiciones de vida de los y las migrantes y conseguir la regularización de su situación. Fundadora del sindicato de trabajadoras del hogar Sindihogar / Sindillar, Falconi habla sobre la importancia del reconocimiento de las luchas y los derechos de las que cuidan.
¿Cuáles fueron los antecedentes del movimiento Papeles para todos y todas?
Este movimiento empezó con el estudio de las leyes de extranjería, enfocándonos en aspectos como el derecho al voto, dando a conocer los centros de internamiento para inmigrantes (CIES). Fue ese el momento en el que yo aprendí lo que era un CIE y las condiciones horribles en las que las compañeras vivían. Con toda esta experiencia iniciamos una campaña y empezamos a trabajar de forma conjunta. Desde los años 90 hemos luchado de forma conjunta con los movimientos sociales.
Después, iniciamos el cierre en las parroquias, al enterarnos de que había personas durmiendo en algunas plazas de Barcelona, como la Plaza de Catalunya o la Plaza de Sants. Una vez empezamos a realizar las primeras asambleas, a organizarnos ya llevar a cabo las primeras movilizaciones empezaron los problemas, porque este tipo de realidades se empezaron a visibilizar y empezaron a molestar, especialmente a la administración, con la que en ese momento era prácticamente imposible realizar cualquier tipo de negociación.
A mí me nombraron «la cara de la lucha», porque yo sabía castellano y conocía la Ley de Extranjería, me tenían plena confianza. Todos nuestros compañeros que formaron parte de la lucha en ese momento salieron con papeles, con trabajo y, muchos de ellos, también ahora cuentan con una vivienda.
Tu propuesta para conseguir derechos para las mujeres trabajadoras, sin embargo, surge a través del sindicato Sindihogar/Sindillar.
Después de toda esta lucha por conseguir papeles para estas personas, yo me quedé con la espinita de ver que no había una salida para las trabajadoras del hogar. En ese momento, muchas personas nos preguntábamos cómo era posible que en ese país no existiera una ley que protegiera a las trabajadoras del hogar.
Empezamos a ejercer cierta presión, saliendo a la calle, manifestándonos. A visibilizarnos, a decirle a la ciudad que existíamos, que hacíamos un trabajo y que éste debía ser valorado. Fue una lucha de largo recorrido y poco después decidimos fundar el sindicato Sindihogar, que cuenta ya con doce años de trayectoria.
Actualmente contamos con dieciséis proyectos en curso para autogestionarnos, con los que vamos sobreviviendo. Nuestro principal objetivo es que las compañeras no sólo tengan papeles, sino que tengan los derechos al igual que cualquier otro trabajador o trabajadora de ese país. Que tengan derecho al paro. El gobierno más democrático de España, el año pasado, sacó una ley diciendo que íbamos a tener derecho al paro, que cumple justamente este mes de octubre, pero se olvidó que las trabajadores del hogar llevamos veinte, veinticinco años trabajando y en cambio no se reconoce la retroactividad.
Formas parte y gestionas activamente el centro Francesca Bonnemaison, un centro de cultura para mujeres diversas, un espacio de referencia para el intercambio de los distintos feminismos en la ciudad de Barcelona. ¿Cómo surge esta propuesta?
Desde que llegué a la ciudad de Barcelona, siempre he buscado la militancia en el feminismo, porque yo era una mujer trabajadora sindicalista y feminista. Entonces, yo pensaba: «Vengo un país desarrollado, me encontraré con mejores condiciones para militar en lo que a mí me gusta, ¿no?». Pero no, me encontré con muchas dificultades para que, desde el feminismo blanco, se me reconociera como feminista.
Así que, en ese momento, las feministas migrantes les dijimos a las compañeras feministas blancas que, aunque ellas no nos quisieran, nosotros todos los ocho de marzo saldríamos a las calles. Y éste es el granito de arena que nosotros hemos puesto cada año en la lucha feminista, para que también se reconocieran nuestras reivindicaciones, que no se parecen en muchas ocasiones a las de las feministas blancas. Reivindicaciones como el hecho de que muchas mujeres no tienen papeles, sus hijos – muchos nacidos aquí- tampoco tienen papeles, no cuentan con ayuda alguna, aunque haya discursos que afirmen que nosotros les quitamos el trabajo, las becas, la comida… al resto de personas. Esto es mentira.
Cuando no tienes papeles, no tienes nada. Entonces, nuestra lucha es para que se reconozca, dentro de las reivindicaciones del movimiento feminista, el feminismo migrante. Algo que sigue siendo todavía un problema. En este sentido, el espacio Francesca Bonnemaison representa un espacio seguro, un espacio bonito, donde las compañeras se puedan sentir alegres, aliviadas, donde pueden desarrollar actividades artísticas, porque no sólo venimos a cuidar, ¿verdad?. Venimos también a realizar el traspaso de nuestra cultura, de todos nuestros saberes.
Nosotros luchamos por eso, para que todas las mujeres sean tenidas en cuenta, porque el feminismo será anti-racista. Solo si es antirracista, podrás hacer un feminismo real. Porque debe ser una lucha conjunta, porque todas somos mujeres, simplemente por eso. Existe un objetivo común, que es el de que todas podemos ser libres, podamos sentirnos seguras.
¿De qué modo se intersecciona la vulneración del derecho a la vivienda con las vulneraciones de los derechos de los y las migrantes?
Siempre se ha hablado de la inmigración en España como algo «nuevo», aunque no lo es. Lo que ocurre es que España nunca ha reconocido tener esta población en el seno de su sociedad. En este sentido, sí, la vivienda es un tema fundamental, es una cuestión de derechos. No se pueden escudar en la leyes de extranjería puesto que somos personas que tenemos derecho a tener acceso a la vivienda.
Sin embargo, en la práctica se nos ponen muchas trabas. Los precios del alquiler suben y no existe actualmente ningún gobierno que haya sido capaz de parar la ambición de las inmobiliarias. No se trata únicamente de una problemática de sueldos precarios, del trabajo en la economía sumergida, sino que directamente no tienes un techo en el que situarte, cuando el ser humano debe tener un techo. No se piensa en lo elemental que es una vivienda para una familia. ¿Cómo tendrás hijos si estás en la calle? Y si estás en la calle con hijos, te los quita la DGAIA y no tienes posibilidad de recuperarlos.
La vivienda no es un capítulo más, es también el centro de nuestras reivindicaciones. Porque si España no tiene hijos, la migración sí los tiene ya estos hijos también hay que cuidarlos, porque han nacido en ese territorio. Porque esta sangre nueva, que es la inmigración, es la que está haciendo cambiar, no sólo los colores de la ciudad, sino también de los pensamientos filosóficos y de la economía.
¿Por qué y cómo es importante reconocer los cuidados en nuestras sociedades y garantizar los derechos de las personas que se dedican a este sector?
Bien, la lucha del sector del trabajo del hogar, primero, es para que se reconozcan los derechos de las canguros, las que cocinan, las que limpian, las que cuidan a personas dependientes.
Desde Sindillar, lo que estamos tratando es de que, en primer lugar, se reconozca el trabajo que se realiza, que se valore. Porque este ejercicio cotidiano de limpieza, de cuidar a los niños, de planchar, de tener la comida hecha para todas estas mujeres que trabajan en las empresas, o que hacen política, es muy importante. Porque, gracias a las mujeres que están en las casas, ellas pueden realizar este trabajo. También los hombres, porque ellos llegan a casa, se sirven y está, pero no recuerdan que hay una persona que les está haciendo este trabajo. Para nosotros, no basta únicamente con la visibilización, sino que también las leyes se adecuen a la realidad moderna en la que estamos. No es posible que en el siglo veintiuno todavía haya esclavas, ¿no? Limpiando, cuidando, muriendo, sin que la gente se entere.
Aunque cuidamos de la vida, a nadie le importa. Y entonces, somos nosotros las que debemos ponerlo en el centro de discusión, en el centro de la mesa, por eso convertimos nuestras reivindicaciones en palabras y frases como “cuidar a las que cuidan”. Nosotros siempre les decimos a las feministas que no hay 8M sin 30M, porque el 8 de marzo es el día de la mujer trabajadora, pero el 30 de marzo es el día de las trabajadoras del hogar. Mientras nosotros no tengamos derechos, no seremos libres y tampoco el feminismo lo será.